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Es habitual que nuestros pensamientos nos limiten en algunas situaciones, ya sean deportivas o vitales. ¿Quien no se ha encontrado en la situación de fallar un pase fácil, que provoca un gol del equipo contrario y, automáticamente, perder toda visión del juego y pasar a centrarse en su diálogo interno? O, ¿quien no se ha equivocado en el trabajo y en lugar de buscar una solución se deja dirigir su pensamiento hacia la culpabilidad y el error?

Ante esto, es importante cambiar nuestro foco atencional, pasar de darle importancia a cosas que nos limitan a darle importancia a cosas que nos potencian. Un ejemplo podría ser cuando en un partido de fútbol fallamos un gol claro, ese hecho nos puede condicionar todo el encuentro si en nuestra cabeza se forma un pensamiento en forma de bucle del estilo de “no puedo permitirme fallar eso”, “le estoy fallando al equipo” o “el entrenador me va a cambiar en cuanto pueda porque he fallado esta ocasión”. Esto, sin duda, provocará que nuestro rendimiento descienda, por el mero hecho de que nuestros pensamientos no están en el aquí y el ahora, sino que se trasladan al pasado de una forma acusadora y culpable.

Pensamientos y creencias limitantes

Así, en numerosos escenarios de nuestra vida nuestro pensamiento nos limita lanzándonos ideas en espiral que se repiten constantemente y que aparecen, muchas veces, en el momento oportuno para que focalizemos en aquello que no nos aporta nada, es más, en aquello que nos quita.

Todo esto me conecta con una experiencia que viví en un club de fútbol femenino. A mitad de temporada recaló en nuestras filas una jugadora procedente de un club potente a nivel nacional. Esta, venía de jugar poco, con un rendimiento que, quizás, no se acercaba al esperado por el club y por ella misma. En la primera conversación que tuvimos me impactó mucho una afirmación que hizo esta jugadora, la idea era que no sabía si quería dar el 100%, algo que estaba instaurado en su pensamiento antes, durante y después de una competición. Aquella jugadora pensaba mucho, pensaba en aquello que la había hecho estar en la situación que se encontraba, pensaba en los “porqués”, pensaba en esforzarse, pensaba en tirar la toalla, pensaba, pensaba demasiado.

A raíz de unas sesiones de coaching y de unas actividades dirigidas a mostrarle su diálogo interno, la jugadora se dio cuenta de la calidad de su pensamiento, y no solo eso, se dio cuenta de la excesividad del mismo. A partir de aquí, pasó de vivir los partidos pensando demasiado a, poco a poco, empezar a sentir. A sentir el tacto de la pelota, a sentir el aire, a sentir a las compañeras, a sentir a las rivales, a sentir el juego, a sentirse, a sentirse bien.

Coaching: un proceso que puede cambiar tu vida

El cambio fue espectacular, su rendimiento mejoró notablemente y su actitud también, dejando por imposible que alguna vez pudo pensar que no quería dar el 100%. Esta persona empezó a sentir, dejó de juzgar, dejó de cuestionar y, sobretodo, intentaba vivir los partidos en el aquí y el ahora. Su cambio se basó en estar presente, en estar en el “aquí y el ahora”, en no hacer caso a los pensamientos que la limitaban, en pensar menos y sentir más.

Y es de aquí de dónde podemos aprender. Nuestros pensamientos pueden ser nuestro mayor aliado o nuestro peor enemigo, quedémonos con aquellos que nos potencian y, por lo demás, vivamos más abajo de la cabeza, empecemos a sentir.

Por Rubén Bravo

@rrbcc

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