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3 claves frente la adicción al consumo: ¿por qué nunca me canso de comprar?

Es curioso, y tú también te lo habrás preguntado alguna vez aquello de ¿cómo podemos encontrarnos en la situación actual en que vivimos y seguir viviendo como si nada? Estamos conviviendo con un virus que ha sido el principal culpable del cierre de negocios, quiebras, episodios de estrés y ansiedad en muchas familias, y aun así no han faltado en las redes sociales fotos llenas de regalos en Navidad y grandes almacenes llenos hasta arriba de personas comprando una cantidad desmesurada de bienes materiales. En este artículo hablamos de la adicción al consumo.

El consumo como fuente de bienestar y satisfacción

Caemos una y otra vez en las garras de la tentación de comprar cosas para sentirnos mejor. Y sí, aquí está la trampa de esta sociedad de la que todos somos presos: estas conductas no son adictivas porque nos hagan sentir felices sino, precisamente, porque no lo hacen. Caemos una y otra vez en ellas, tratando de saciar un deseo que nunca se consigue satisfacer. Compramos algo y lo disfrutamos durante un corto periodo de tiempo, y al poco, ya nos hemos acostumbrado a tenerlo. Nos hemos “aclimatado” a la inmediatez y, de repente, otra vez necesitamos algo más.

Sí, es una realidad a la que estamos continuamente expuestos, y no, su explicación no es un enigma. Estamos hablando de la adaptación hedónica, de esa culpable que, por mucho que compremos más cosas, no consigamos ser más felices. Se trata de un mecanismo psicológico mediante el cual, una vez que saciamos un deseo, otra necesidad ocupa ese lugar. Actúa como una rueda porque hace que volvamos a sentirnos insatisfechos como al principio. La adaptación o rueda hedónica (dependiendo del autor que hable de ella) se asemeja al comportamiento de un hámster corriendo en una rueda: siempre en el mismo lugar, sin importar lo rápido o el tiempo que esté corriendo y sin llegar a ningún sitio. ¿Esta es la clara definición de un comportamiento inútil?

El filósofo y escritor William B. Irvine dice: “después de trabajar duro para obtener lo que queremos, perdemos interés de manera rutinaria con el objetivo de nuestro deseo. En lugar de sentirnos satisfechos, nos sentimos aburridos como respuesta a la desgana: nos ocupamos en formar nuevos deseos, todavía mayores”. Y esto es lo que explica también el mito de Sísifo, en la mitología griega. Sísifo, rey de Corinto, fue eternamente obligado por Zeus a cumplir un castigo: empujar una piedra enorme cuesta arriba por una ladera de una colina muy empinada. Esta piedra, siempre justo antes de llegar a la cima, rodaba de vuelta hasta abajo. Y así es como Sísifo permaneció toda la eternidad: recorriendo siempre el mismo camino, sabiendo que nunca alcanzaría la satisfacción de llegar a la cima, porque una y otra vez la piedra volvería a rodar cuesta abajo.

La adaptación hedónica funciona como esa piedra. Es una adicción que no se erradica con mayor poder adquisitivo, o con alimentos más azucarados y grasientos, o con mayor libertad sexual, o con productos cada vez más certificados. Es un hedonismo inconsciente que consta de una desordenada e irreflexiva militancia en valores que invitan a aspirar a placeres instantáneos y relativamente fáciles de obtener. Tenemos desordenado nuestro mecanismo de recompensa, y está mal instruido: tener más no implica ser más feliz.

Hay una buena noticia, y es que las adicciones se pueden curar, sobrellevarse y aprender a vivir sin recaer en ellas una y otra vez: sin ver la piedra volver a rodar cuesta abajo. Sin embargo, este tipo de adicciones con un protagonismo tan profundo y arraigado a nivel psicológico son más difíciles de combatir que aquellas con una naturaleza más somática, como el tabaco. ¿Por qué? Porque lo primero es ser consciente del propio comportamiento destructivo.

3 claves para despertar del hedonismo

1. Entrena la fuerza de voluntad

La fuerza de voluntad es un músculo que si no se ejercita se atrofia. Practicar ayunos de los impulsos primarios de comprar algo sin pensar mucho, simplemente aplazándolo, te va a permitir alcanzar la gratificación aplazada: buscar la tranquilidad y el bienestar de manera duradera y no de forma inmediata.

2. Pregúntate si realmente lo necesitas

Todo cuanto es, ya es suficiente. Por algún lugar del camino se nos ha olvidado que ya somos lo que necesitamos. Subimos el listón de lo que creemos que nos hará felices y caemos otra vez en las garras de esas “necesidades de mentira”.

3. Crea tu propia filosofía de vida

No hablamos de crear teorías puramente intelectuales, sino de formular nuestros valores y conclusiones, invitándonos a nosotros mismos a ponerlos en práctica y a desarrollar nuestro propio pensamiento. Cultivar nuestra propia manera coherente de vivir nos prepara para resistirnos a los espejismos de un placer mal entendido, y de esta manera, aprender a apreciar otras cosas que nos aportan bienestar duradero.

Entonces, ¿no sería más fácil que comprendiéramos de antemano esta forma de actuar y dejáramos de darnos de morros contra un muro una y otra vez? No estamos hablando de conformarse o acomodarse en una situación mediocre. No se trata de no tener ambición, ni propósitos por los que levantarnos cada día y luchar. Se trata de perseguirlos siendo conscientes de que la felicidad ya la traemos con nosotros, y no dejando que esta recaiga en las manos de la incertidumbre, de si alcanzamos dicho logro o no.

La clave con más efecto es no dejar que nuestra felicidad caiga en manos de algo que no podemos controlar, que es lo que se encuentra fuera de nosotros. Dar pasos para evitar dar por sentadas, una vez conseguidas, las cosas por las que tanto luchamos para obtener. Enamorarse del proceso y no del resultado, porque el resultado, con suerte, es apenas un instante.

Por Noelia Marín Pérez

@noeliamrin

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