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El poder de la ambición sobre nuestras metas

No es difícil, con los tiempos que corren, donde el rendimiento y el resultado están a la orden del día, llegar a pensar que la ambición es una “cosa”, “sentimiento” o fuerza interior que nos puede llevar a la avaricia. Es bastante posible que se nos ocurran varios ejemplos que nos puedan hacer pensar que es lo mismo y, desde luego que no lo es.

Seguro que alguna vez hemos oído aquello de “tiene de todo y aún ansía más dinero”, por ejemplo, o “su codicia es tal que siempre quiere mas y más”. Realmente, si buscamos entre los sinónimos de avaricia aparece la palabra ambición, pero convendría marcar unas sutiles diferencias que nos harán ver la ambición como algo positivo, que nos puede mover a conseguir mayores metas, siempre y cuando podamos controlarla.

¿Cómo influye la ambición en nuestros objetivos?

Tener ambición no es conseguir por conseguir o poseer más por el mero hecho de poseer, tener ambición es saber lo que se quiere, tener las metas claras y, a partir de ahí, trabajar duro para poder alcanzarlas. La ambición es un poderoso motor que nos permite poder actuar con el mundo que nos rodea. Alimenta nuestro espíritu de superación, el inconformismo y la capacidad de soñar a lo grande. Nos invita a ir más allá de nosotros mismos, despertando nuestro afán competitivo, a exigirse lo máximo posible para lograr los retos u objetivos que nos hayamos marcado. Puede ser el paso previo y necesario para alcanzar el éxito.

La ambición es un valor que hace que tengas el poder en tu mano para aceptar los retos con fuerza de voluntad y determinación. No esperar a ver que ocurre y limitarse a soñar despiert@ y dejar que pasen las oportunidades. Coloquialmente se suele decir “coger el toro por los cuernos” pero personalmente prefiero definirlo como las ganas de aceptar nuevos retos, afrontarlos con la misma dosis de entusiasmo, respeto, dedicación, seguridad y motivación. Es más larga, lo sé, pero con el significado mas desgranado para que se pueda ver todo lo que conlleva.

Pero la ambición tiene un talón de Aquiles, y es su magnitud o su medida. El creer que nada será nunca suficiente. De ahí la tendencia a acumular, ya sea logros o bienes materiales. Paradójicamente, esta inercia nos llena de miedos, pues cada vez tenemos ‘más’ que perder. Ese sentimiento de control, del que hablaba unas líneas mas arriba, también es aplicable a la ambición en sí, en atreverse a dominarla.

No es difícil por tanto, cruzar esa delgada línea, pero sí cuestionarnos a menudo cuál es el objetivo que verdaderamente estamos persiguiendo, y la medida de este. Recuerda que ser ambicioso es soñar en grande, tener pensamientos sin límites. En no rendirse fácil, la ambición otorga energía para enfrentar los problemas y las barreras encontradas en tu viaje. Una persona ambiciosa no está contemplando el problema. En su lugar, trata de encontrar soluciones de manera incansable.

Por Óscar Martínez Dávila.

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